Wednesday, August 4, 2010

CRONICAS SUDAFRICANAS 1




Jo’burg (Johannesburgo), ciudad construida alrededor del
oro, por estos días se viste de fiesta: miles de visitantes de todos los
rincones del mundo reunidos para celebrar no solo a los treinta y dos equipos
que protagonizan el Mundial de Fútbol, sino también para mostrar cómo esta
tierra de contrastes, de belleza y de tristeza, de riquezas increíbles y pobreza
aberrante, ha podido superar el dolor de una de las experiencias más terribles:
el Apartheid. El fútbol que se está jugando durante estos días muestra
cómo el sentido de fraternidad es más fuerte que el odio y la estupidez.
Al turista que llega desprevenido a estas tierras, lo primero que le encanta
es la generosidad de la gente. Generosidad que deviene en sonrisa y cariño, que
se expresa cuando uno quiere entender cómo funciona el sistema de transporte
público, unos pequeños buses que van a todas partes, pero sin ninguna señal
que diga a dónde. Generosidad en la señora que me encamina a la estación
y habla con el chofer para decirle donde voy. Generosidad que es también
orgullo: estamos en África donde todo comenzó: la cuna de la humanidad.
El primer día del Mundial Y así el viernes (junio 11 - 2010) en la tarde tuve la suerte de asistir al partido inaugural en un parque que se ubica entre una de las zonas más ricas, Sandton, y una de las más pobres y sufridas, Alexandria. Miles de personas bailando, soñando al ritmo de la música que fluye por todos lados. Las
camisetas amarillas y las banderas del país del arcoiris cubren los horizontes.
Alguien me pregunta de dónde soy y sonríe; todo el mundo parece sonreír en este país, todos levantan sus pulgares: todo está bien, eres bienvenido.


Es una fiesta de disfraces: grandes sombreros, largas capas, lentes multicolores
y el sonido que se convierte en la marca registrada del mundial:
el de las vuvucelas, cornetas de plástico que la Fifa quiso prohibir, que nos
hacen creer que estamos en medio de un concierto cósmico que no se anima
a afinarse. El ruido se impregna en nuestra piel y de pronto deviene el extasis:
Tshabalala recibe la pelota en tres cuartos de cancha inicia su carrera y
lanza el zapatazo que el portero mexicano es incapaz de detener. es el gol, el
gol, el primer gol del Mundial. !Gol de Sudáfrica! !Gol de los Bafana Bafana!
Abrazos, gritos, la algazara parece no tener fin. Y a pesar del empate final la
gente se retira feliz: esto recién está comenzando, señoras y señores.
La noche en el barrio de Melville, un pequeño Village en el noreste de la
ciudad, está revolucionada. Periodistas de todo el mundo se mezclan con artistas
y escritores locales. Las botellas de cerveza pasan unas tras otras, en los
restaurantes más elegantes los aromas de curries y carnes de antilope se mezclan
con el de la sopa de cola de buey y el de la exquisita carne de avestruz.
Un mexicano le pregunta a un coreano si tienen alguna posibilidad de ganar,
responde una belga a un inglés que un norteamericano se parece mucho
al mozambiqueño que está platicando con la australiana en la otra esquina.
Sudáfrica nos recibe a todos con los brazos abiertos. Uruguay y Francia han
empatado. La cerveza da lugar al tequila y al ron. Mañana es otro día.
Es el fútbol y el mundo Y la fiesta en las calles y los bares se multiplica y se hace más intensa en la cancha. En el mismo estadio donde Sudáfrica ganara la Copa Mundial de Rugby en 1995, Argentina se enfrenta a Nigeria. Las graderías se repletan de camisetas albicelestes y por unos instantes pareciera que estamos en La
Bombonera: banderas argentinas, de todas las barras, de todas las agrupaciones
adornan el estadio. Pero los hinchas de nigerianos no se hacen esperar:
su verde aparece como un oasis en la marejada argentina. Y si nos empezamos
a fijar con cuidado, desperdigadas en medio, descubrimos las banderas
de decenas de países. Es el fútbol y es el mundo, mientras en la cancha Messi
intenta una de sus maravillas y Maradona se queja del cobro del arbitro.
Cierro los ojos por unos segundos. Los vuelvo abrir y el albiceleste se ha
tornado en naranja: Holanda juega con Dinamarca, estamos en el gran estadio
de Soccer City, especialmente construido para la ocasión. El partido es aburrido
pero la gente en las graderías se encarga que la fiesta no decaiga. Un
par de vikingos daneses muestran su desencanto ante la pésima actuación
de su equipo coronada por el autogol.
Pero quedan más partidos, le digo a una chica y ella sonríe. Y a su lado un inglés aún no puede creer en el error de Green que le permitió a los estadounidenses
un impensado empate la noche anterior.
Pienso como esta fiesta está inserta en la historia increíble, llena de esperanza
de este país. Y caminando por el centro, cruzando el puente Nelson Mandela, recorriendo mercados, donde la gente sigue viviendo su cotidianidad,
nos damos cuenta cómo estos días son parte también de otra fiesta: un país
que ha logrado poco a poco inventarse desde el horror de la segregación. Un
país donde cada vez más el Apartheid está en el único lugar donde debe existir:
en un museo.
La fiesta sigue y yo alucinado continuo mi visita alucinante. En un rato más voy a ver el partido entre Italia y Paraguay y compartir unas cervezas con el mundo. Mientras tanto los Bafana Bafana sigue sonñado y su sueño
es, también, el de todos nosotros.
¡Ayoba!

No comments:

Post a Comment